Hoy me he acordado porque ya es marzo…
Era marzo y en Madrid hacía un frío del que se incrusta en los pies y sólo puedes sacudirte con una bolsa de agua caliente o acurrucándote indecentemente junto al radiador.
La primavera seguía agazapada y por primera vez en mi vida adulta no me sentía con el nivel de energía, confianza y compromiso del que normalmente disfruto.
Por primera vez no me levantaba con ganas de jugar y de preguntarme expectante qué me iba a regalar la vida ese día.
Así que adopté una decisión.
Me retiraría a disfrutar de la soledad y del silencio durante algún tiempo.
Cerré los ojos para saber cuál sería el sitio en el que estaría cómodo para esa experiencia.
Rápidamente vino a mi cabeza una pequeña localidad frente al Atlántico, en Canarias, en la que alguna vez había fantaseado con hacerme un retiro.
Así que alquilé una casa con un ventanal enorme que lo cubría todo y que inundó de sol mi vida, preparé una maleta mínima y me marché, no sin algo de expectación, a disfrutar de esta experiencia frente al Atlántico.
El plan incluía prescindir de coche, moto, bicicleta, radio, TV o cualquier distracción. Sería algo así como la película El gran Silencio pero con wifi.
El plan incluía descanso a raudales [durmiendo conectamos con nuestra parte más sabia], buena alimentación [sin tener salud en lo físico es difícil tener sabiduría en lo emocional y en lo espiritual] y paseos en soledad durante el tiempo que fuera necesario [porque creo que un paseo en silencio es todo lo que necesitamos para saber verdaderamente quiénes somos].
El hecho es que sé -y es una suerte que así sea- que el mundo es abundante, pleno y que la vida es una gran experiencia de modo que si no lo estaba viviendo de esta manera, eso era sólo porque necesitaba cambiar mi percepción.
También sé que todo lo que necesito para ser feliz está dentro de mí y que el silencio lo arregla casi todo puesto que permite conectar con la esencia.
Por eso la idea de darme un baño de soledad y de silencio.
Aunque la mayoría de las mañanas seguía atendiendo mis asuntos por email durante un rato, también lo es que al no ser proactivo la mayoría de los días lo dejaba listo antes de que me quisiera dar cuenta. Esta es una de las innumerables ventajas de Vivir sin jefe.
Nunca había disfrutado de una experiencia así y lo que quiero compartir hoy contigo es el enorme poder que tiene el silencio para ayudarnos a conectar con la sabiduría más pura que siempre ha estado allí y que siempre estará y que nos permite regresar al estado de plenitud y de confianza que es natural en los seres humanos.
Cada día paseaba un par de horas o incluso tres escuchando tan sólo el mar y la mayoría de los días lo hacía sin encontrarme a nadie.
Mi rutina constaba de olor a Atlántico, de viento en la cara -mucho viento, la verdad, más del que puedas imaginarte-, de ver atardecer religiosamente, de levantarme tranquilamente sabiendo que tenía un día entero sin distracciones, sin citas, sin agenda, sin medios de comunicación…
Todo un reto, un regalo, una necesidad y una experiencia.
El hecho es que al eliminar las distracciones sólo quedó lo esencial.
Y entonces sucedió lo que tenía que suceder:
Volvió lo que siempre estuvo allí: la plenitud, la intuición, la sabiduría, la sensibilidad, la escucha, la paz interior, la confianza... una confianza inefable en la vida.
Además, por el camino, me encontré con un libro.
Sucedió simplemente que se cruzó, que es como suceden muchas de las cosas buenas de la vida.
Un día me senté con el portátil y simplemente se presentó primero en forma de intuición y más tarde en forma de algo más concreto así que pasé cada tarde de estos 40 días escribiendo antes del paseo y de contemplar la puesta de sol.
El resultado de este trabajo lo comparto, como probablemente sepas, en el Seminario y en el libro y Vivir con Abundancia.
Hoy me he acordado porque hace dos años de aquella experiencia y parece que fue ayer.
Hoy me apetecía compartir contigo que creo en el silencio, en escucharnos, en confiar en la vida y en nuestra intuición.
Sucede que la intuición se presenta con frecuencia en forma abstracta, informe… y por eso nos cuesta seguirla pero lo cierto es que nuestra intuición cuenta con más información que nosotros por eso suele ser tan buena consejera para tomar las mejores decisiones.
En mi caso, si tengo duda, acudo al silencio para que me aconseje. A veces hay que marcharse 40 días frente al mar y otras es suficiente con sentarse en el parque más cercano a casa un rato pero en cualquier caso, la soledad y el silencio son dos de los mejores consejeros que conozco.
Sergio Fernández